Luis Millones, 1982 'Brujerías de la Costa-Brujerías de la Sierra- Estudio Comparativo de dos Complejos Religiosos en el Area Andina'.pdf

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SENRI ETHNOLOGICAL STUDIES
10 1982
Brujerías de la Costa/Brujerías de la Sierra:
Estudio Comparativo de dos Complejos
Religiosos en el Area Andina
LUIS MILLONES
Universidad Nacional de Huamanga
Una tendencia beneficiosa de los estudios andinistas de las décadas pasadas
(1960-1980)
es el abandono de las generalizaciones panandinas y el redescubri-
miento de los niveles regionales, cuyas características empiezan a ser diferen-
ciadas a partir de una nueva documentación histórica y arqueológica. Dentro.
de este contexto los estudios sobre la costa peruana se revitalizan trascendiendo
más allá de la excavacíón arqueológica, renglón en el que siempre fueron
predominantes. Trabajos como el de R. P. Schaedel en el Norte, y de
M. Rostworowski en la Costa Central agregan un interés comparativo que
relaciona su información con los procesos sociales y económicos que se
desarrollaron en las alturas.
El presente trabajo quiere dar un paso adelante en esa dirección. Asumiendo
como macro-regiones a la Costa y la Sierra, se trata de estudiar comparativa-
mente los desarrollos culturales que precedieron al contacto europeo. Dentro
de las muchas posibilidades de organizar nuestro estudio, hemos preferido
retomar el análisis ideológico, en tanto que nos ofrece una versión totalizadora
de la cultura, que esperamos obtener a partir de los textos que nos ofrece la
fuente escrita.
Brujería, idolatría, hechicería, herronía, etc., son los términos con que la
iglesia española calificó a las religiones indígenas de América. Y aunque cada
concepto tenía su propia carga ideológica, todos ellos trataban de marcar a
las creencias andinas con el estigma de construir elaboraciones antagónicas
(y por tanto falsas) al cristianismo. Al entenderlas así, los europeos combatían
las formulaciones más refinadas de la ideología andina, que a sus ojos aparecían
como religión, repitiendo al hacerlo, el habitual comportamiento de los pueblos
conquistadores con los vencidos.
Las persecuciones religiosas no eran enteramente nuevas, un siglo antes, los
inkas debieron establecer y sostener la primacía de su iglesia estatal, aunque
ello no tuviese el correlato destructivo que significó la llegada de los españoles.
En todo caso, los estados andinos (Chimor, Inka, etc.) debieron imponer sus
religiones que se convirtieron en oficiales, ahogando con el peso de su ejércitos,
alianzas desventajosas o tributos, la existencia de otra manera de pensar
diferente.
¿
Cuántas de éstas han podido dejar el rastro como para que hoy
El autor agradece el apoyo de la Fundación Guggenheim que permitió el acceso a mate-
riales europeos, a la Universidad Simon Fraser que dió facilidades para su elaboración, y
a Mme. Jean Carrive que cuidó de su familia durante el período que duraron sus estudios.
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podamos reconocerlas? Obviamente no todas, pero muchas de ellas pueden
distinguirse aún en el ritual cuzqueño que debió incorporar aspectos de su cere-
monial, parafernalia o acciones de sus sacerdotes. O también, al costado de
la religión estatal, pudieron subsistir rezagos importantes de cultos antiguos,
en ejercicio de la clandestinidad, o de la permisividad inkaica.
Esta riquísima historia de simbiosis, represión
y
mestizaje religiosos, debió
llegar a su climax cuando los estado Inka
y
Chimor alcanzaron a medir sus
fuerzas. Representantes ambos de tradiciones culturales radicalmente
opuestas. enfrentaron también sus ideologías, que resumían las cargas históricas
de un pasado de larga duración. El resultado de este encuentro dió las bases
al panorama que ofrecieron los Andes peruanos a los ojos de Europa.
1. INTRODUCCION
La más simple revisión de los estudios americanistas nos revela una extraña
paradoja: en materia de religión concurren siempre dos clases de análisis, los que se
centran en la historia de la iglesia católica y aquellas que estudian las religiones
indígenas como eje de sus investigaciones. Los unos siguen la vieja tradición hagio-
gráfica de la crónica conventual, si bien han replanteado algunas preguntas y actuali-
zado sus métodos. Los otros oscilan entre la reconstrucción de las religiones pre-
colombinas o el buscar en sus remanentes etnográficos, la expresión de las estructuras
político-sociales de la población indígena. Ambos análisis tienen en común la
fuente de información colonial, los tres siglos en que la sociedad indígena fue ex-
. aminada y catalogada de acuerdo a categorías de la administración española. Son,
pues, los repositorios coloniales los que han proveído el material de la mayoría de
los trabajos a que nos estamos refiriendo. Pero esta doble concurrencia a la misma
fuente no ha asegurado que las tendencias mencionadas se observen de manera
crítica. Para los historiadores de la iglesia, las religiones indígenas tienden a ser
interpretadas como un conjunto de creencias, que habiendo sido desarticuladas por
la Conquista, se van organizando progresivamente en torno a la doctrina. Hoy día
estas creencias serían ya cristianas y constituirían una forma periférica al dogma,
siendo entendida como parte de un cristianismo propio de la población indígena.
Para los especialistas en religión andina, el presupuesto habitual es que los tres siglos
de evangelización no han conseguido desmantelar ("desestructurar") la base andina
del pensamiento religioso aborigen, que en última instancia habría incorporado de
manera ancilar elementos seleccionados de la prédica cristiana.
La discrepancia radical con que se desenvuelven las tendencias y la reluctancia
en revisar los presupuestos divergentes ha terminado por hacer difícil la comprensión
de la problemática general. Y esto ha sucedido, no porque exista ninguna pugna
intelectual que cierre el diálogo entre ambas posiciones, peor todavía, lo que no existe
es diálogo. Usualmente especialistas con diversas orientaciones se encerrarán en los
límites de un área etnográfica o un período concreto sin intentar una mirada analítica
a la contraparte indígena o cristiana, cuya circunstancia geográfica e histórica com-
parten y cuya teoría prefieren ignorar.
Brujerías de la Costa/Brujerías de la Sierra
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Vale la pena advertir que esto no hace a unos indigenistas y a otros hispanistas,
o historiadores y antropólogos, o colonialistas y revolucionarios. El problema es
mucho más serio, pareciera como si la creciente especialización negase energías al
estudioso para admitir el carácter de las naciones andinas, en las que conviven con-
flictivamente más de una ideología.
Lo reiterativo de esta actitud oscurece una serie de aspectos en ambos complejos
religiosos, de tal forma que se uniformizan estructuras cuya heterogeneidad era
precisamente su mayor característica. Ni la hueste conquistadora estaba formada
por teólogos cristianos, ni el
hatun runa
(pueblo indígena) conocía los refinamientos
teóricos del culto solar. Al interior de cada cultura existían elementos menos visibles
o en posición política disminuída pero no por ello menos importantes. Es así que
en el seno del Tawantinsuyu, como correlato a las entidades políticas que lo
conformaban, existían también diferentes estructuras religiosas cuya subordinación
al Sol variaba considerablemente. Desde Pachacamac, el oráculo costeño cuyo
prestigio sostenía un estado semi autónomo en el valle de Lurín, hasta la presencia
intermitente de especialistas comunales
(laiqas
o
umus)
que los inkas permitían o
perseguían a voluntad.
Pero esta pluralidad no era exclusiva de los Andes, al interior de la religión de
los conquistadores convivían dificultosamente: creencias populares de origen
pre-cristiano, otras provenientes de la presencia judía o musulmana en la península
ibérica, algunas más como manifestación de lo que protestantes y católicos llamaban
herejías (la
mutu~
acusación del desvío de la fe verdadera) y muchas otras creencias
como producto de la articulación que de todas estas influencias (más la doctrina
católica) se hacía, en los distintos niveles sociales de la Europa que descubrió América.
Como es fácil de presumir el encuentro entre europeos y andinos no sólo decapitó
un sistema de creencias para luego perseguir los remanentes en una larga e infructuosa
caza de brujas. Significó a su vez que al costado de la versión eclesiástica, se in-
sertaron un conjunto de creencias cuya clandestinidad no deslucía el prestigio de
pertenecer también a la hueste conquistadora. Y como tal sería recibido por la
población aborigen cuya situación no le permitió observar los intentos de la iglesia
española por emitir un mensaje unificado.
El problema no era nuevo, ni era exclusivamente español. En toda Europa
cristiana desde el siglo XI en adelante se había endurecido progresivamente el nivel
de tolerancia con respecto a los subsistemas de creencias que constantemente se
descubrían entre los fieles. La llegada del siglo XVI encontró a la iglesia premunida
de las herramientas legales y burocráticas para perseguir y castigar a aquello que se
considerase como enemigo de la verdadera fe. Como paso
inicial~
sus teóricos
hubieron de conceptua1izar las creencias "erróneas" a través de una definición
específica de ellas, que luego sirvió para caracterizar a los "culpables". Es así como
nace la caza de brujas en Europa (siglos XV-XVIII), y brujería o hechicería será
el
concepto que englobará una ordenación sistemática de las creencias prohibidas y
que como dijimos anteriormente, acompañaron también a los conquistadores en su
viaje a América. Por unos años la incertidumbre del proceso colonizador relajaría
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la persecución en los recién llegados. Se necesitarán casi cuarenta años para que el
poder colonial se institucionalice y para que el fervor inquisitorial vuelva a ejercerse
sobre su doble grey de europeos y americanos.
Concluyamos entonces que brujas y hechiceros que poblaban las preocupaciones
del clero católico en Europa, reaparecerán en América. Su presenCia será aceptada
como parte del bagaje conquistador, sin el lujo quizás de las ceremonias formales
pero gozando de la familiaridad cotidiana en la que cada día deberían enlazarse
colonos y aborígenes. Su éxito o fracaso, su permanencia o precariedad dependerá
en mucho de la base cultural que ofrezcan los nuevos creyentes, así como de las
tácticas que optaría la iglesia para condenar y perseguir los errores de la fe cristiana
en América. Como es sabido, al revés de la experiencia europea, la Inquisición no
tuvo una directa participación en la conversión y control de la población aborigen,
instituciones como las
visitas
y la
extirpación de idolatrías
hicieron sus veces, dejando
a las oficinas inquisitoriales el cuidado de españoles, mestizos y negros en atención
a la concepción hispana de una doble "república" bajo su mandato, con ámbitos
jurídicos diferenciados ("república de indios" y "república de españoles"). Coin-
cidentemente iba diferenciando comportamientos institucionales que se referirían
posteriormente a poblaciones "urbanas" y poblaciones "rurales" calificativos éstos
que hay que comprenderlos desde una perspectiva latinoamericana, es decir enten-
diendo como zona urbanizada aquella desde donde se hacen las decisiones políticas.
La distinción entre los ámbitos de la Inquisición y de las doctrinas de indios
creará actitudes y posibilidades diferentes en perseguidores y perseguidos, que
adaptarán sus estrategias con respecto a las potencialidades y flaquezas de su res-
pectivo rival.
El otro conjunto de factores que nos interesa estudiar es el que deviene del am-
biente físico y cultural que ofrecieron los Andes al complejo ideológico "brujería".
En la más gruesa de las generalizaciones, se puede decir que hay dos ámbitos ecológi-
cos que hacia el siglo XIV eran asientos de desarrollos políticos considerablemente
diferenciados. La Costa o como fue llamada mucho antes: los Llanos, es una faja
angosta, semi-desértica, interrumpida de tanto en tanto por ríos de caudal inseguro
que desembocan en el Pacífico. Su proximidad con el mar determina una mutua
influencia, expresada por los grupos humanos en el aprovechamiento de recursos,
y posibilidades de movilidad y transporte, que han impreso su historia. Y la Sierra,
formada por las tres cadenas andinas que cruzan el continente de Norte a Sur gene-
rando a su paso una variedad de paisajes y climas relacionados con las distintas alti-
tudes. Su flora y fauna comparten esta característica.
En 1532 los españoles encontraron que los Inkas desde el Cuzco habían logrado
dar unidad política al conjunto de sociedades que poblaban tan diverso paisaje. Es
decir que para esa fecha los pueblos serranos predominaban sobre ambos complejos
ecológicos; hacia el Este, en la parte peruana de la selva amazónica, los avances
inkaicos fueron más bien limitados.
No era ésta una situación inusitada, cientos de años atrás el horizonte arqueo-
lógico Wari parece indicar que se habría forzado algún tipo de unidad muy similar,
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aunque con un territorio menor. Y con fervor análogo, dos mil años atrás, el culto
de Chavín, vino desde la sierra para lograr adherentes en las orillas del Pacífico.
Consecuentemente a la llegada de Pizarro, la más depurada expresión política de la
Costa, el reino Chimor, se había sometido a los hijos del Sol y no mucho tiempo
atrás su territorio había sido dividido y su antiguo poder palidecía ante la redistri-
bución de riqueza y poder político, que ahora se les imponía desde la sierra.
Es en esta suma de ambientes donde se insertará la migración europea, con su
set de creencias oficiales y clandestinas, con sus herramientas de evangelización y de
persecución, con sus brujas, inquisidores y extirpadores. El presente trabajo se
apoyará en el correlato ecología-ideología que se aprecia al estudiar las dos tradiciones
indígenas de mayor envergadura en el antiguo Perú hacia el siglo XVI. Inkas y
Chimor conformaron las entidades políticas que expresaban el desarrollo cultural
de Costa y Sierra y cuyo encuentro determinó la destrucción del reino costero, cuyos
remanentes recibieron la evangelización cristiana. Nuestro interés se centra en una
doble comprobación de la resistencia y aculturación de los complejos religiosos
mencionados. En este ensayo describiremos los antecedentes precolombinos sobre
los que se ejerció la cristianización. Buscaremos de precisar el engranaje ideológico
de ambos sistemas, ubicando la información histórica y antropológica de tal forma
que nos permita conocer-en apretada síntesis-la organización de cada uno de ellos.
Nos interesa contraponer los sistemas ideológicos en tres momentos: (1) cuando
funcionaban como entidades regionales autónomas; (2) cuando la expansión del
Cuzco transformó al pequeño reino serrano en imperio panandino, lo que indu-
dablemente modificó lo que llamamos su religión, haciéndola más solidaria con su
aparato estatal y más intolerante con las creencias de los pueblos vencidos (tal el caso
de Chimor); (3) el efecto que la evangelización produjo en ambos complejos culturales
y la respuesta que ellos, o quienes ocupaban su territorio ofrecieron a la presión de las
persecuciones de los siglos XVI
y
XVII. En este artículo nos ocuparemos de los
puntos
(1)
y (2), el punto (3) fue desarrollado en un trabajo anterior [MILLONES 1981].
2. DE LA TERMINOLOGIA
Como es de preveer ha existido ya una larguísima discusión sobre los conceptos
de brujería/hechicería, medicina/magia, idolatría/herejía. Y si recordamos éstos es
porque los documentos sobre el área andina los mencionarán de manera reiterativa
e imprecisa de acuerdo a la cultura del cronista o burócrata que recogía la información.
Hasta el primer cuarto del presente siglo el manejo de estos términos quedó librado
a la tradición historiográfica europea cuya fuente principal eran los juicios que dieron
carácter legal a la "caza de brujas" de los siglos XV-XVIII. A partir de los años
30 del presente siglo, se inició la revisión necesaria de esta terminología, cuando antro-
pólogos con experiencia en Africa, y Melanesia principalmente, ofrecieron la visión
de sociedades, donde los fenómenos estudiados parecían ser cuando menos equi-
valentes. Así por ejemplo, el monumental estudio de E. E. Evans-Pritchard;
Witeh-
eraft, Oracles and Magie among the Azande
[1937] replanteó la distinción entre bru-
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